¿Los alimentos afectan a nuestras emociones?

La estrecha conexión entre nuestras emociones y la alimentación, una relación bidireccional

La estrecha conexión entre nuestras emociones y la alimentación, una relación bidireccional

Fíjate si ha llovido, que ya desde la antigua Grecia, grandes médicos como Hipócrates afirmaban que nuestra salud empieza en nuestros intestinos y hablaban de la relación directa que existe entre la alimentación y las emociones.

Actualmente, los Psicólogos seguimos profundizando en cómo la forma en que inhibimos o bloqueamos nuestras emociones y su expresión se relaciona con el desarrollo y mantenimiento de algunas enfermedades. Pero para que puedas entender mejor de lo que te hablo, tenemos que empezar por el origen de todo: comprender qué son y para qué nos sirven nuestras emociones.


Socorro, ¿qué es esto que estoy sintiendo?


Las emociones son respuestas que experimenta nuestro cuerpo ante cambios o estímulos que aparecen tanto en nuestro entorno como en nosotros mismos. Por ejemplo, si estás paseando por la calle y de repente escuchas un claxon (estímulo exterior), tus pensamientos te alertarán de un posible peligro, te asustarás y mirarás a tu alrededor buscando esa amenaza. Con este sencillo ejemplo puedes ver la gran conexión que existe entre nuestros pensamientos, emociones y conducta.

Las emociones nos sirven para aprender, para relacionarnos con otros, y además, nos mueven a actuar y tomar decisiones, aunque no siempre sean las más acertadas, todo hay que decirlo.

Relación entre alimentos y emociones, una compleja historia de amor

Alimentarse es la necesidad más básica del ser humano, e imprescindible para la supervivencia. Es algo complejo, ya que abarca desde el proceso de selección de alimentos cuando vamos al mercado, el modo en el que los cocinamos, hasta su posterior ingesta y disfrute. Pero no queda todo ahí, depende de muchas variables diferentes, como, por ejemplo: las necesidades de cada persona, la disponibilidad de los alimentos, aspectos psicológicos e incluso modas.

Los alimentos pueden ser nuestros grandes aliados, nos ayudan en la mejora del estado anímico, la ansiedad, el estrés, o incluso trastornos mentales, como, por ejemplo, la depresión.

Se ha demostrado que el consumo de alimentos ricos en triptófano (un aminoácido precursor de la serotonina, comúnmente conocida como “la hormona de la felicidad”) contribuye a generar una sensación placentera de calma, relajación y bienestar. Lo podemos encontrar en los quesos, la leche, el pollo o los huevos, pero también en las frutas, como por ejemplo el plátano, el aguacate o la piña.

Los alimentos que contienen ácido fólico, como las hortalizas de hoja verde, la ternera o los cacahuetes, también tienen su influencia en nuestra respuesta emocional, equilibrando nuestro sistema nervioso.

Por último, los alimentos ricos en magnesio también son excelentes aliados a la hora de combatir síntomas depresivos y prevenir el estrés. Lácteos, cereales integrales, y un clásico entre los clásicos, el chocolate negro, son un claro ejemplo de ello.


¿Por qué quiero chocolate cuando estoy triste?


Cuando el hambre aprieta, el simple hecho de comer un determinado alimento u otro puede alterar el humor y las emociones, actuando directamente sobre nuestro nivel de activación o disminuyendo la irritabilidad, al mismo tiempo que nos proporciona sensación de calma y afecto positivo.


Un alimento cargado de azúcares o de grasas puede generar en nosotros respuestas emocionales positivas, mientras que alimentos con un sabor más amargo pueden dar lugar a emociones negativas y de rechazo.


De este análisis se encarga la Amígdala, y no, no son las amígdalas que te cuelgan de la garganta, sino una región de nuestro cerebro encargada de ese sentimiento subjetivo. Con la ayuda de otras estructuras, esa información se almacena en la memoria para usarla en experiencias futuras.

Mamás y Papás, esto os interesa: Alimentos y emociones en niños


Hay una conducta que, independientemente de la edad, todas las personas hemos llevado a cabo en algún momento puntual de nuestras vidas: el “comer emocional”. Esto no es más que un intento fallido de acallar o silenciar nuestras emociones comiendo, bien porque desconocemos lo que estamos sintiendo o porque no somos capaces de gestionarlo.

A los niños pequeños también les pasa esto. La mayoría de las veces lo aprenden de su propio entorno, lo que repercute en su salud, pero también en su relación con la comida. Una de las mejores herramientas para evitarlo es la “Educación emocional”.

El objetivo es que aprendan a poner nombre a sus emociones, comprenderlas y validarlas, a no encasillarlas como emociones buenas o emociones malas y a diferenciar entre el “hambre emocional” y el “hambre fisiológica”.

Cuando un niño no es capaz de reconocer lo que le está sucediendo y quiere escapar de lo que está sintiendo, recurre a la comida, sobre todo aquella alta en grasas y azúcares, porque produce el mismo efecto que provocaría el consumo de una droga: subidón de felicidad inmediata.

¿Qué hemos aprendido hasta aquí?


Grábatelo a fuego, la salud está en el equilibrio, en la flexibilidad, en la educación, en el comer consciente y nunca en la restricción.

Nuestras emociones siempre van a estar moviéndose de un extremo a otro con cada situación que vivamos en nuestro día a día. Nos sacudirán desde la euforia, la ansiedad, el estrés y la tristeza, pero la manera en la que las manejemos determinará su verdadera influencia en nuestra vida.

Por eso, busca personas o actividades que te produzcan ese subidón de felicidad, olvida las dietas restrictivas, abraza la flexibilidad, mete la culpa en un cajón y tira la llave lejos. Y si necesitas ayuda, no olvides contar con profesionales de la nutrición o la psicología para acompañarte.